Ritmos suaves, rimas duras: la obra de Wu que sacudió la escena.
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En 1993, Wu-Tang Clan era una alternativa sombría y sucia al cine gangsta barroco del G-funk: si los ritmos exuberantes de Dr. Dre se equiparaban a Terminator 2, entonces las producciones sangrientas y distorsionadas de RZA en su álbum debut serían Perros de reserva. Emergiendo del distrito aislado y menos representado de Nueva York (la isla de Staten), había un sonido que, por naturaleza, existía en su propia burbuja: breaks nacidos de almas corroídas, fragmentos de viejas películas de kung fu, líneas de teclado dilatadas, ruidos de cinta, chasquidos y tartamudeos.
Wu-Tang surgió como un equipo de nueve miembros en la era post-MTV de pequeños clanes, una mezcla de estilos y voces. La poesía beat violenta de Raekwon, Ghostface Killah e Inspectah Deck; el ping-pong borracho y ruidoso de Ol’ Dirty Bastard; las palabras de $5 y el flow científico de GZA y Masta Killa; el bullicioso liderazgo de RZA; el áspero carraspeo de U-God; y el hábil parloteo de Method Man, que ya adquiría protagonismo con su tema homónimo.
Aunque momentos melancólicos como “Can It Be All So Simple”, “C.R.E.A.M.” y “Tearz” formaron una trilogía de narrativas evocadoras, los Wu proporcionaron pocos momentos sencillos en su mitología y poesía. Trajeron un estilo singular orientado a lo colectivo y todos, desde Odd Future hasta el prolijo Logic, el mafioso Pusha T y el estilo salvaje Young Thug, les deben gratitud.