Un álbum de ensueños que amplifica las ambiciones del grupo británico.
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Cuatro años después de que The Head On the Door marcara un quiebre definitivo con la intensidad claustrofóbica que The Cure cultivaba a principios de los 80, su octavo álbum afiló la sensibilidad pop y expandió su visión hasta llenar estadios en todo el mundo.
“Cuando escuchas Disintegration, te das cuenta de que es más raro y oscuro. A mí me fascinó”.
Disintegration se sumerge en nostalgia y melancolía, inspirado en las corrientes del shoegaze y dream pop británicos. Himnos del rock alternativo como “Pictures of You”, “Lovesong” y “Fascination Street” son tan directos e inolvidables como sus éxitos anteriores, pero la banda aplaca sus emociones y consigue que la tonalidad mayor de un tema como “Plainsong” no suene brillante para asumir una tonalidad rica y profunda.
Hay ecos del pesimismo exacerbado previo, pero el descenso a las profundidades de la desesperación es casi bienvenido, como si Robert Smith hubiera descubierto que la única manera de entrar en calor es abrazando la propia soledad. En el proceso, condujo al género gótico, y a su público, hacia las bondades del mainstream.