Música para llorar o reír, todo en las mismas canciones.
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Morrissey quería ser el Oscar Wilde del pop, pero fue hasta el tercer álbum de The Smiths que cumplió con sus aspiraciones. La singular reacción que se generó entre su desesperación perpetua y las guitarras de Johnny Marr se convirtió en una fórmula del indie rock, imitada con frecuencia, pero jamás duplicada. Sin duda, son canciones tristes, pero también divertidas.
The Queen Is Dead sigue siendo el disco más melodramático de la banda. Refleja las preocupaciones de Moz con la fama (“Frankly, Mr. Shankly”), el celibato (“Never Had No One Ever”) y su recurrente autocompasión (“Bigmouth Strikes Again”, “The Boy with the Thorn In His Side”). Incluso afirma saber cómo se sintió Juana de Arco.
Esta autoparodia funciona al combinarse con el romanticismo arrebatado de “There Is a Light That Never Goes Out”, en la que canta: “Si un autobús de dos pisos nos atropellara/Morir a tu lado sería celestial” (“If a double-decker bus crashes into us/To die by your side is such a heavenly way to die”). Nunca antes existió una banda dedicada a la confesión sincera e insolente.
“The Smiths mezclaba la música de girl groups con electro, lo creas o no”.