El chorro de voz y la sensibilidad a flor de piel de Adele confluyen en un clásico del siglo XXI.
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Cuando Adele comenzó a escribir las canciones de su segundo álbum tras el éxito de 19 en 2008, la inspiración no llegaba con facilidad. El final de su relación terminó siendo el catalizador que necesitaba, y un día después de la ruptura ya había escrito junto al productor Paul Epworth la tormentosa “Rolling In the Deep”, el vibrante retrato de un corazón roto que abriría 21 con su fiera voz de contralto en primer plano y un single que nos lleva instantáneamente a 2011.
“Tuvo un éxito enorme e impactó la vida de muchas personas. Es algo que nunca podré repetir, pero no me importa”.
19 había establecido a Adele como figura clave de la generación de cantantes británicas de R&B que empezó a sonar a comienzos del milenio, con Amy Winehouse y Duffy como compañeras más ilustres. 21 incorporó nuevas dimensiones a su sonido, de las pinceladas de country, rock, góspel y pop moderno que colorean sus canciones al tono levemente psicodélico que empapa su desconsolada versión de “Lovesong” de The Cure. El mayor atractivo del álbum, sin embargo, está en el chorro de voz y la sensibilidad a flor de piel de Adele y su talento a la hora de desplegarlos. 21 ofrece al mismo tiempo un refugio y un canto de superación para corazones rotos. No es extraño que se haya convertido en uno de los álbumes más memorables del siglo XXI.