Un álbum para reír y llorar sin cambiar de canción.
66
Morrissey ya apuntaba maneras como el Oscar Wilde del pop, pero el tercer álbum de The Smiths marca el punto exacto en el que se gana el título. La particular química entre su eterna desesperación y la repiqueteante guitarra de Johnny Marr dio origen a una fórmula que el indie rock lleva intentando replicar desde entonces: canciones tristes que es imposible dejar de escuchar.
The Queen Is Dead es el más (melo)dramático de los álbumes de la banda y la musa de Moz nos lleva de los peligros de la fama en “Frankly, Mr. Shankly”, al celibato en “Never Had No One Ever” y la inagotable autocompasión de “The Boy With the Thorn In His Side” y “Bigmouth Strikes Again”, donde, en un giro tan característico como cautivador, se compara con Juana de Arco.
El ángulo paródico alcanza su máxima expresión en el incontenible romanticismo de “There Is a Light That Never Goes Out” donde canta “If a double-decker bus crashes into us/To die by your side is such a heavenly way to die” (Si un autobús de dos pisos nos arrollara/Morir a tu lado sería una forma celestial de morir). Nunca antes una banda había sonado tan abiertamente confesional y casual, tan vivamente sincera y burlona.
“Lo creas o no, The Smiths mezclaron sonidos de bandas de chicas con electro”.