El fenómeno que llevó el thrash metal de las catacumbas a los estadios.
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Con Ride the Lightning, su álbum de 1984, Metallica se encontraron atrapados entre la pureza del underground y el reconocimiento del mainstream. El brutal arte del thrash metal estaba abandonando los márgenes para acercarse al centro de la escena. Su sucesor era aún más intenso en su velocidad y hostilidad contra las fuerzas del orden. Sin embargo, brillaba con un atractivo todavía más universal. Los días de furgoneta del cuarteto estaban contados.
Bajo su evidente precisión, Master of Puppets sigue sonando a banda metida en su sótano. Mientras Van Halen y Mötley Crüe prometían noches de desahogo a base de chicas, drogas y desinhibición, Metallica tocaban con el vértigo de alguien atrapado en una espiral de pensamientos oscuros ya fuera sobre la guerra (“Disposable Heroes”), la adicción (“Master of Puppets”), el evangelismo religioso (“Leper Messiah”) o el fracaso de la psiquiatría (“Welcome Home (Sanitarium)”).
Nunca antes la música extrema había encontrado un público tan amplio, cuyos números no han dejado de crecer desde entonces. A lo largo del lustro siguiente, Metallica se convertiría en una de las mayores bandas del mundo sin distinción de géneros y llevaría sus himnos de furia y alienación desde las catacumbas metálicas hasta los grandes estadios.