Una cumbre artística que redefinió el alcance de la música pop.
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Hay pocas obras de arte, y todavía menos álbumes de pop, que definan un cambio en el tiempo y el espacio tan absoluto como el que Thriller de Michael Jackson reflejó en 1982. Limitarse a su impacto en la carrera de la antigua estrella infantil convertida en mago del R&B sería una simplificación absurda, pero un mero análisis de su descomunal éxito comercial tampoco haría justicia a su ambición creativa. Lo que hizo fue nada menos que crear el molde del moderno pop comercial y redefinir el alcance de la música.
Separar Thriller de su influencia histórica no es un ejercicio sencillo, pero sí enormemente gratificante. Siete de sus nueve canciones llegaron al top 10 estadounidense y se convirtió en uno de los álbumes más vendidos de todos los tiempos. Sin embargo, aún más importante es la manera en la que Jackson y el productor Quincy Jones lograron transformar las obsesiones del cantante en un pop funk de asombrosa sofisticación.
“No había nadie más que tocara así de bien canciones tan pegadizas y de tanta calidad”.
“Wanna Be Startin’ Somethin’” abre el álbum con Jackson en su faceta más feroz y funky, y suena como una continuación de Off the Wall (1979), apuntalando sus cimientos en el R&B. Pero fueron momentos como el pop de la colaboración con Paul McCartney en “The Girl Is Mine” y el pirotécnico solo de guitarra de Eddie Van Halen en “Beat It” los que hicieron que la industria, y el público de todo el mundo, abriera los ojos y los oídos a cómo podía sonar, verse y sentirse la música si difuminábamos las viejas líneas de color. “Billie Jean” es un fascinante estudio psicológico sobre la paranoia y la persecución que ya sentía a sus espaldas, pero mantiene el aura misteriosa de un artista que se convirtió en avatar omnipresente de la estrella global del pop.