Una banda sonora en la que el trauma convive con el erotismo y la salvación con el desenfreno.
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No se puede contar la historia de un artista atormentado cuya compleja personalidad oculta un formidable genio musical sin tener talento real. En ese sentido, la banda sonora de la película Purple Rain comenzó su andadura con el mayor grado de dificultad imaginable: la imposibilidad de que su éxito haya podido ponerse en duda es el mayor legado del proyecto.
“Ganó un Oscar por Purple Rain. Es imposible crear algo más político, porque lo hizo todo a su manera de principio a fin”.
Con la mitad de sus canciones en el top 10 estadounidense, la banda sonora hizo que Prince pasara de ser una estrella lo “suficientemente” importante como para protagonizar un taquillazo de verano basado en su vida a ser uno de los artistas de pop más reconocibles de todos tiempos. No se trata de desacreditar la película, que desde luego tiene su encanto, sino de dar fe del arrollador magnetismo de Prince y un virtuosismo que camina entre géneros e identidades. Las nueve canciones reúnen toda la música que orbitaba a su alrededor: del pop y el soul al dance, el rock, el R&B, el funk y más allá.
La magia de Purple Rain está en su manera de conjurar emociones aparentemente contradictorias, del deseo y la devoción a la intimidad y el aislamiento, en un todo indivisible. Prince encuentra erotismo en el drama de “When Doves Cry” y salvación en el desenfreno de “Let’s Go Crazy”. Sus aventuras sexuales son espirituales y casi psicodélicas en “Computer Blue”, mientras que sus experiencias trascendentes suenan ancladas por solos de guitarra en “Darling Nikki” y “Purple Rain”. El álbum rompió tantos récords como prejuicios, como nos recuerda la imagen de una Tipper Gore escandalizada ante la imagen de Darling Nikki masturbándose con una revista y la caza de brujas sobre la moralidad de la música pop que se desató en el congreso estadounidense a continuación. Aunque las comparaciones con Jimi Hendrix eran habituales por la forma en que mezclaba música, haciendo que pareciera negra y blanca, sagrada y profana, la realidad es que Prince no tenía precedentes entonces ni artistas que se le puedan comparar en la actualidad.