El debut de la banda de Bristol forjó el sonido inquietante e hipnótico del hip-hop.
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Es difícil imaginar un debut tan plenamente formado y singular como Dummy, el álbum con el que Portishead sentaron las bases del sonido inquietante y cadencioso del trip-hop. Bajo un título que hacía referencia a una serie británica de los 70 sobre una prostituta sorda, Dummy combina el scratching analógico con baterías dislocadas y guitarras fragmentadas. En el centro, el cristalino falsete de Beth Gibbons canta sobre una oscuridad eterna que se hace explícita en “Wandering Star”.
“Tuvimos que mantenernos firmes en nuestras ideas sobre lo que queríamos hacer y lo que no”.
Canciones como “Sour Times” y “Glory Box” arrastran al oyente a un trance de cuerdas cinematográficas, ritmos restallantes y la voz aterciopelada de Gibbons, una mezcla que supieron aprovechar contemporáneos como Morcheeba, Mono y Sneaker Pimps, y creó la impresión errónea de que la música de Portishead era “relajante”. Nada más lejos de la realidad: Dummy se recrea en el malestar y por cada melodía cálida hay un momento que te sacude por sorpresa. Este es un álbum para habitantes de la noche, en todo lugar y todo momento.