Un nuevo pop adolescente, con más sabiduría que años, trae uno de los mayores éxitos del siglo XXI.
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En la primera década del milenio, el panteón del pop adolescente estaba dominado por voces con autotune, letras con extra de azúcar, uniformes escolares de dudoso gusto y estrellas de Disney haciendo twerking. Hasta que llegó Lorde. Pure Heroine, su debut de 2013, enmarcaba la voz contenida, a veces casi un gruñido, entre beats esqueléticos de la cantautora neozelandesa nacida como Ella Yelich-O’Connor. Las canciones se centran en el hastío adolescente de los barrios residenciales desde los primeros compases de “Tennis Court”, que empieza con el revelador verso “Don’t you think that it’s boring how people talk?” (¿No te parece aburrido cómo habla la gente?).
El plato fuerte del álbum, y uno de los mayores éxitos del siglo XXI, es “Royals”, que describe la contradicción intrínseca de millones de adolescentes sin dinero escuchando las crónicas de lujo y fama de sus raperos favoritos: “But every song's like, ‘Gold teeth, Grey Goose, trippin’ in the bathroom/We don’t care/We’re driving Cadillacs in our dreams” (Pero todas las canciones son en plan ‘Dientes de oro, Grey Goose, me tropiezo en el baño’/Nos da igual/Conducimos Cadillacs en nuestros sueños). El éxito de Pure Heroine abrió un espacio para una nueva hornada de estrellas adolescentes con más sabiduría que años, Billie Eilish y Olivia Rodrigo entre ellas, capaces de crear música tan volátil y amenazadora como la propia adolescencia.
“Me enorgullece cómo era por aquel entonces. Me parece genial: lo estaba haciendo bien, estaba cuestionando mi propio mundo”.